Hace ya bastantes meses tuve una conversación con mi amigo Genís sobre las cualidades del perfil del líder político. Genís me confesó que admiraba los dotes de liderazgo del presidente francés N.Sarkozy para sacar adelante a la Unión Europea de su enésimo bache (la crisis del Tratado de Lisboa por culpa de Irlanda). Le di la razón, pero con un apunte: Sarko no debe ser considerado un líder, sino un jefe en política democrática. Me explicaré.
El libro de filosofía zen El arte del liderazgo expone lo siguiente: un líder es paciente, dialogante, firme, frío, calmado y poseedor de una legitimidad popular estrepitosa. No debemos caer en la fácil tentación de afirmar que líder se nace; sin embargo, un líder se forja, se hace, se prepara. Y no solamente por el mismísimo individuo que se ve capaz de ello, sino por un corro íntimo de individuos que ven a aquel individuo en especial como líder. Por lo tanto, líder no es sinónimo de liderazgo, una cuestión que puede poseer también el animal “jefe de la política democrática”. Hoy en día, el ejemplo más claro de líder es el nuevo presidente americano Barack Obama: le siguen millones y millones de personas en todo el mundo; es visto como el hombre que todo lo arreglará, como el guía al que todos adoran pero que algunos odian incluso más que al infierno. Obama fue forjado, fue hecho, y su esbelta figura (alto, joven, atlético, serio, frío, calmado, paciente, tranquilo, guapo…) fue rápidamente legitimada tanto por muchísimos estadounidenses como por tantísimos europeos –quienes se bajaron las bragas y los calzaoncillos con solo verlo ante la Columna de la Victoria de Berlín–. El líder es un hombre alabado hasta la saciedad, al que se le rinde culto, al que se le convierte en icono de algo. El líder posee un aura especial que aparece gracias a la legitimación de un número enorme de personas que lo –valga la redundancia– legitiman, que lo aman. El líder es un ser que ‘vende’ su alma a la multitud, quien se convierte en verdadero poseedor de ese personaje: fijaos en John F. Kennedy, un hombre convertido en mito, de quien solo se le reconocen actos buenos, pero cuya vida de pijo bostoniano escondió una larga lista de enfermedades y paranoias mentales (fue el presidente americano más dado a leer informes de la CIA, más incluso que el eterno repudiado Richard Nixon, de quien se dice que era el ser paranoico por antonomasia). Fijaos también en Felipe González, hoy por hoy ex presidente del Gobierno Central español al que se le reconocen más méritos que errores, más simpatía que repulsión. Y por último, fijaos en el ejemplo de F.Mitterrand, hombre ultramujeriego y bastante machista que inculcó la semana laboral de 35 horas en las mentes francesas pero que era reconocido como el socialista europeo más importante de la segunda mitad del siglo XX (seguido por Brandt, González y Blair -sí sí, ¡Blair!-).
El líder se hace querer, y esa es su perdición. Mientras que el “jefe” es aquel animal que no puede, simplemente no puede, ser tan amado, tan legitimado ni tan admirado como el animal líder. Un prototipo de jefe puede incluso liderar mejor que el prototipo líder, pero ciertas cualidades físicas y de comportamiento deslegitiman sus actos. El pueblo, la plebe, el vulgo, compra esencialmente el escaparate, la galería del producto [la palabra clave de esta frase es esencialmente]. Pensemos en Nixon, hombre que abrió los USA a la China de Mao, que modernizó la CIA y el FBI, que mejoró la sanidad (aunque sea un poquito, todo un acontecimiento en los USA); pero que al mismo tiempo era cascarrabias, paranoico y de nervios siempre en punta. Otro ejemplo es Aznar, a quien se le reconoce primero la tragedia del 11-M, después sus decretazos, su chulería arrogante y finalmente el milagro económico que empezó en 1997 y que acaba de terminar hace muy poco. El ejemplo de jefe actual es Sarko: hostil en su país, con problemas renqueantes en su UMP, con respuestas fuera de tono a colegas y ciudadanos, pero locomotora de la UE, más incluso que la Merkel. El jefe es un animal que no puede vender su alma, pero que se concibe como ser más independiente, más autónomo, un poco más libre; quizá es eso lo que el pueblo no desea, la autonomía excesiva del ejemplo jefe que la que poseería el animal líder.
El libro zen El arte del liderazgo afirma que “al líder se le sigue porque uno desea seguirlo, mientras que al jefe se le sigue porque uno siente que se le manda seguir”. Siguiendo con el ejemplo, a Obama se le sigue con una sonrisa, mientras que a Sarko se le sigue sin expresión aparente en la cara.
2 comentarios:
A tot el què has dit, que està molt bé, sol cal puntualitzar que l'Aznar no és el responsable directe del "miracle" econòmic, sinó la incorporació a l'Euro (forçada per CiU, ja que el PP era molt escèptic) i la pujada de la constructora, deguda a la baixada de tipus d'interès provocada per l'euro.
¿La verdad? No creo en los estigmas del liderazgo. Sí creo en la adaptabilidad, en la capacidad de capear las mareas y de mostrarte fuerte justo cuando es necesario.
Pondré un ejemplo. Sarkozy se mostró firme y volcado con su labor gubernamental cuando a la UMP le llovían las críticas por el tema de los disturbios en París, mientras él era Ministro de Interior. En cambio, ese jefe político o como se le quiera llamar no cayó del gobierno como hubiera sido lógico, sino que se mantuvo y denostó definitivamente al alumno más aventajado de la escuela Chirac (y un político que vendría a ser el Gallardón francés): Dominique de Villepin.
Obama: más de lo mismo. Mostrarse espectante delante de rivales del estilo John Edwards (a priori junto con Richardson el principal rival de Hillary) para propiciar el principio de su fin y duro cuando tocaba enfrentarse con Hillary y afirmar su "liderazgo".
En términos generales vendría a ser la adaptabilidad que citaba; la mutabilidad permanente hace que el que hoy la caga el día de mañana sea el gran líder que necesita el pueblo o el líder que necesita la clase política (que creo que es la verdadera diferencia Obama-Sarkozy).
Un saludo Víctor, el texto me ha gustado mucho
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