viernes, 11 de junio de 2010

Sobre Los Simpson

De todas las series animadas para público adulto que se dan en la tele, Los Simpson es seguramente la mejor de todas. Ideada, creada y parida por un filósofo, Matt Groening, Los Simpson ha sabido parodiar toda la sociedad estadounidense y, de rebote, toda la sociedad occidental. Ahí radica la grandeza de esta serie. Cuando vemos las burradas de Homer, o las mojigaterías pedantes pero necesarias de Lisa, o las cabronadas de Bart, o las preocupaciones de Marge, o el chupete de Maggie, o la obsesión maternofilial del director Skinner, o el alcoholismo endémico de Barney Gamble, o la sociopatía de Moe, o la amargura de las señoritas Krapappel y Hoover, o el fanatismo religioso de Ned Flanders, o la incompetencia del jefe Clancy Wiggum, o la corrupta política del alcalde Joe Diamond Quimby, o las frustraciones del actor secundario Mel, o la rabia del actor secundario Bob, o el asco por la vida de Krusty, o el tabaquismo de Patty y Selma, o la lameculonería de Smithers, o el demonio que hay en Charles Montgomery Burns, o al timador Apu, o a la bravuconería del desgraciado Nelson Muntz, o a la estupidez social de Martin Prince, o al repipi de Milhouse Mussolini Van Houten, o al guarro Willie el jardinero, o todos (toditos) los invitados que han pasado por la serie desde los presidentes Reagan a Obama, cuando nos reímos con todos ellos vemos los estereotipos que nos envuelven y que, por algún hecho de nuestros tiempos, se han convertido en algo inherente a nosotros mismos.ç

Los Simpson son un conglomerado de personajes animados que conforman una obra de arte con el mismo nombre: The Simpsons. No hay más.

Es una serie cruel que quiere ser cruel y que, regocijándose con esta crueldad, pretende que nos riamos de la victima de dicha crueldad: nosotros mismos. La sociedad occidental en general. Springfield, ciudad sin estado pero con nación (los U.S.A., como canta a veces Homer en pleno patriotismo esporádico), es un simposio de personas, caracteres, almas que han entrado de lleno en la cultura pop y que la gran mayoría conoce desde hace ya casi veinte años. Y los que siguen.

Homer es un idiota. Punto. Un sumo, pleno, absoluto y total idiota, un imbécil. Esta es su gran desgracia, pues a partir de esta suya idiotez es machista, mal padre, egoísta, glotón, borrachuzo, gandul, intelectualmente deficiente y muy gracioso. Así, su mayor desgracia, la idiotez, es también su mayor virtud: no se preocupa por el futuro, es un ingenuo empedernido y el pasado no siempre le es importante: para él solo está su presente, su felicidad (algo que, por su desgracia, viene acompañado por las vidas de sus tres hijos, su padre, su esposa, sus cuñadas, su suegra, sus colegas, en definitiva, su familia). Homer tiene una némesis: Frank Graimito Grimes; némesis que el mismo Homer, sin saber, se quita de en medio. Su némesis dura un solo capítulo y el hijo de la misma, otro también. Pero Homer tiene un montón de enemigos: su hijo, Ned Flanders, su jefe, su padre, sus cuñadas, a veces su mujer, sus mismos colegas (porque Homer no tiene amigos, sino “colegas” de parranda, de trabajo, de circunstancias), su reverendo, Ned Flanders otra vez, Homer J. Simpson, el niño alemán con tetas, su familia en general, la mafia, el ex presidente George Bush Sr., su hermano bastardo, etc. Por tanto, el antihéroe Homer se convierte en un héroe contemporáneo que hace unos meses ha sido aclamado por Time como el personaje más influyente de los últimos veinte años.

Marge, quien lleva el mismo apellido que Jacqueline Bouvier (first lady de JFK), es una esposa paciente, tranquila, de moño trabajado, de belleza madura, amante de su familia… un todo que la encierra en una jaula de la cual, en más de un capítulo, ha querido salir mediante ataques de histeria o voluntades de trabajo esporádico, pero que al final siempre (siempre, siempre) vuelve a su jaula, a su casa, a su familia, que depende de ella en todo. Marge es la casa de los Simpson.

Lisa es una intelectual brillante, vegetariana, budista, animalista, progre, marginada, pedante y muchas veces insoportable, aunque guapa (y que llega a estar buena de mayor) que prepara un futuro, sin saberlo, de presidenta de los Estados Unidos (o como Bart la llama, “una funcionaria”) a pesar de los obstáculos que su existencia le repara. Lisa es una superviviente nata. Es la heroína de la familia, junto a Maggie, el mejor personaje de todos, quien solamente ha dicho “papá”, una sola palabra una sola vez en veinte años de serie. El silencio apañado, espabilado, valiente, astuto y tranquilo de Maggie es lo mejor que tiene la serie. Aunque por culpa de este silencio Homer a veces se olvida de Maggie (a quien llama “el bebé”) y la familia no se da cuenta de que la nenita es una amante de las armas de fuego en potencia. Bart, el cabrón, El Barto, es la definición de gamberro en todas sus facetas. Es el Nietzsche Simpson. Es el más cruel de todos y el que, gracias a su recurrente cerebro repleto de genialidades gamberras, supone una continua prueba de fuego para su padre, de quien a veces imita la idiotez.

Otros personajes merecen mención especial. El abuelo Abe (Abraham J. Simpson) es un facha maccarthista redomado, nostálgico de Ike Eisenhower y de sus batallitas en la Segunda Guerra Mundial, machista (es la principal razón del descarriamiento flower power hippioide de Mona Simpson) y origen de la idiotez de Homer. Hay una escena que a mí me parece sublime: Homer de niño que mira la tele en blanco y negro y en ella aparece el presidente Kennedy que le contesta a una periodista: “Permítame, querida, que le responda a esa pregunta con una sonrisa”, a lo que todos los corresponsales sonríen, tan enamorados del presidente como cualquier conciudadano americano en los primeros ’60, Homer incluido. Seguidamente, Homer se acerca a la cocina, donde solo vemos las piernas de su madre, y a su padre, sentado y leyendo un periódico, y le dice ingenuo a su mamá: “Mírame, má, soy el presidente Kennedy”. “¿Tú presidente?”, interfiere Abe. “Este país se ha dotado de leyes que impidan que tontos como tú lleguen algún día a ser presidente”. (Y esta escena da qué pensar, pues es muy anterior a que George W. ganara dos veces la presidencia de aquél país). Abe es también un idiota, aunque viejo, chocho, gagá, que recibe la rabiosa venganza de su hijo en el abandono al que se le obliga en el Castillo del Jubilado de Springfield. Abe, como Homer, solo tiene colegas: Jasper y el Viejo Judío Norbert (el que en un episodio canta con los pantalones bajados: “esta yegua no es mi vieja yegua gris, no es mi vieja yegua gris…”).

Otro personaje especial es el señor Burns, un hombre de ciento veinte y algo de años que se reúne con nazis, terroristas de Al Qaeda, el diablo, guerrillas latinoamericanas y el Partido Republicano de Springfield, todos exponentes del mal en la serie. A pesar de su malicia, Burns es débil, y se sustenta en la vida que le da y le ofrece sin rechistar Wailon Smithers, su perro faldero que lo ama y lo desea. En la misma planta nuclear que crea peces de tres ojos está Lenny Leonard junto a Carl Carlson, siempre juntos. Y en el centro comercial, con el Zurdórium de fondo, está Ned estúpido Flanders, alter ego de Homer y una figura que tanto sigue a Dios cuanto Dios se lo quiere sacar de encima sumiéndolo en la tristeza (por ejemplo, dejando que Homer sea 90% culpable de la muerte de Maude) Flanders, con sus dos hijos mariquitas, es necesario para los Simpson, pues les recuerda que existe una ética, una moral cristiana indeleble del being American.
Aunque lo mejor de todo es que en cada ciudad, en cada comunidad, hay personas muy parecidas a los personajes inventados por Groening. En Barcelona, por ejemplo, Quimby tiene a su hermano gemelo gobernano la ciudad condal con el mismo savoir faire corrupto.

martes, 1 de junio de 2010

Hartazgo

Estas son palabras escritas desde el enfado, la desilusión, el cabreo más desesperanzado, la rabia, casi la ira, casi el odio; el sumo hartazgo a un sistema de Cosas en la ciudad de Barcelona que no hace más que alimentar este hartazgo tan irracional e instintivo. Estas son palabras escritas desde las emociones y los sentidos de dicho hartazgo irracional.

Los ciudadanos de Barcelona deberíamos aprender de los franceses.

En Francia, cuando algo no va bien, cuando algo no les gusta a sus ciudadanos, éstos queman coches, hacen revueltas, la lían parda, se revolucionan, causan destrozos que simbolizan su histeria hacia su clase política. Nosotros los catalanes, apocados, tranquilos, pacientes, trabajadores, ahorradores… debemos aprender de los franceses o de nuestros antepasados, igualmente catalanes: debemos revolucionar Barcelona y sepultarla en una nueva Semana Trágica para el Siglo XXI. Debemos cortarles la cabeza a todos nuestros políticos y clavarla en estacas, y éstas clavarlas en la Diagonal, una tras otra, sangrantes y símbolos de nuestro hartazgo.

No es de recibo que un Ayuntamiento posea una propia administración pública (local) que se gaste dinerales aparentemente inexistentes en un bodrio pseudodemocrático como el autorretratado “referéndum de la Diagonal”. Primero no se quisieron publicitar las otras opciones, luego se englobaron todas en la Opción “Ninguna de las dos anteriores” (denominadas A para “opción bulevar” y B para “opción rambla”), más tarde no funcionó el sistema de votación, después el alcalde y sus camaradas quisieron que estas deficiencias tan normales en un país hispano no se publicitaran ni publicaran, finalmente dicho referéndum ha supuesto un fracaso enorme para el Ayuntamiento, capitaneado por un alcalde seguramente corrupto como lo son todos sus tenientes y allegados. Debemos cortarles la cabeza a los políticos corruptos de esta metrópolis, con cuchillos de cocina y dejando regueros tremendos de sangre por toda la plaza Sant Jaume. Los siguientes serían los honorables del Palacio de enfrente.

No es de recibo que la ya mal pagada, corrupta y corruptora, malmandada y mal gestionada Guardia Urbana de esta urbe se haya convertido en una organización de cobradores del Frac sin endeudados: por cada pequeña, la más ínfima, infracción que pueda hacer un particular, a éste se le interpone una multa. Antes no había multas. Antes todos podían mear, cagar, desnudarse, hacer fechorías por la calle sin que una regulación les parara tales voluntades. Hasta que el Partido Soviético de Catalunya, treinta años gobernando su capital, vio que se les iba de las manos la fachada cool de la ciudad y decidieron cortar por lo malo (antes que por lo sano) con una serie de ordenanzas ineficaces e ineficientes que aún hoy sirven solamente como un reglamento de hacienda pública. No se trata de reeducar o de rehabilitar delincuentes, no se trata de apartar a los criminales para proteger a la ciudadanía. Se trata de imponer coactivamente la necesidad del Ayuntamiento de engrosar un propio Tesoro deficitario, corrupto. Deberíamos quemar el palacio del Ayuntamiento y colgar al delegado del Gobierno central en el balcón principal. Los ciudadanos debemos castigar a nuestros representantes para darnos cuenta que hasta nosotros, los representados, somos corruptos: porque dejamos que los corruptos que nos representan sigan en sus cargos. Debemos sacrificar a nuestros representantes, a todos, para expiar nuestras culpas. No debemos dejar un solo político con cabeza.

No es de recibo que ninguno de nuestros políticos presente la más mínima pulcritud moral con y hacia sus representados. Si el alcalde es un rechoncho y sudoroso monigote en manos de la ineficiencia hecha política (léase ICV-EUiA, un partido que impone una imagen dictatorial sobre lo que debe ser considerado progre, cool, guay y chuli, un partido que ha impuesto la dictadura de lo políticamente correcto en todas las vertientes de la sociedad para que desde los poderes públicos se pueda controlar mejor a la misma desde los medios de comunicación, corruptos y que han vendido sus almas periodísticas al diablo, un partido heredero del comunismo más totalitario y que monopoliza el neodenominado ecologismo), si el alcalde de la ciudad es un pobre ser, típico hombre de partido, descolgado de la ciudadanía, aislado en y por la voluntad de las ideas del Partido Soviético de Catalunya, el principal jefe de la oposición de la política barcelonesa es un hombre mayor, de mucha experiencia política del pasado pero sin la voluntad de cambiar en el futuro, en resumen un hombre sin futuros, acompañado por un exponente del partido ademocrático del tradicionalismo conservador más recalcitrantemente españolista cazurro y de un traidorzuelo más de tres al cuarto que se presenta como jefe de lista de un partido que anhela la independencia de la nación catalana pero que a la mínima abandona sus ideales más básicos para agarrar, ni que sea por unas semanas, el Poder. Todos ellos deben perder sus cabezas y ser exhibidas al mundo entero. Que vean nuestro hartazgo.

No es de recibo que las empresas públicas de la ciudad se corrompan con tanta facilidad. Corrupción moral, económica y social. Finalmente, política. Por ejemplo, no es de recibo que en estos momentos de crisis los sindicatos del taxi sean tan poderosos, con unos taxistas cada vez más desbocados e irrespetuosos; no es de recibo que éstos no sean bien representados ante el Ayuntamiento y que éste los trate con indiferencia; no es de recibo que tal colectivo lo pague con la ciudadanía; no es de recibo que estos trabajadores contratados se conviertan, en la práctica, en funcionarios. No debemos cortarles la cabeza a éstos, sino que debemos utilizar sus coches amarillo y negro para cercar el barrio viejo y crear barricadas. Su hartazgo nos vendría de ayuda, como el de los demás trabajadores del ramo (conductores de metro, tram, bus) y sus medios.

No es de recibo que los funcionarios municipales se conviertan en seres antipáticos y maleducados e ineficaces. Debemos cortar la cabeza de un centenar y enviarla por correo urgente al Ministerio de Administraciones Públicas. Saldrán los tanques y se desplegará la Legión, pero nos comeremos sus cabras.

Ya veo la manifestación del hartazgo. Todos llevamos antorchas por las principales calles de Barcelona. Desde la Gran Vía, desde la Diagonal, desde el paseo de Gracia, desde todas las rondas, desde la Meridiana, marchamos hacia la plaza de los poderes nacional y ciudadano y la quemamos. Ceniza. Buscamos a nuestros políticos, casa por casa, y les cortamos sus cabezas, nos manchamos de sangre, nos ensuciamos la ética, nuestras almas dejarán de ser las mismas, pero nuestras estacas con aquellas cabezas clavadas simbolizarán nuestro hartazgo hacia nosotros mismos, simbolizarán nuestra vuelta, los ciudadanos de esta ciudad volverán a ser ellos mismos. Pero antes debemos cortarles la cabeza a nuestros políticos y que el mundo entero vea cómo el hartazgo se vuelve locura.