lunes, 19 de enero de 2009

Sobre el PP


Todos los que me conocen saben que tengo la idea firme de que el Partido Popular no es un partido completamente demócrata –ningún partido es democrático, puesto que si lo son, como ERC, se convierten en desmadre–, y por lo tanto antipático a mis opiniones políticas. El presidente de honor del PP, su fundador, su creador, fue ministro en la dictadura. Como comprenderéis, estoy hablando de Manuel Fraga, aquel señor que, cual alma ítala y movida por el convencimiento de deber cambiar de aires siempre que el jefe del momento lo mandase, pasó de defender a ultranza el franquismo y sus bases durante los primeros períodos de la Transición, para después convertir su AP en un PP de “centro-derecha”: pongo comillas porque nadie, en su sano juicio, capta la idea de que ese partido quiera o desee ser algo cercano al centro, como sí pasa, aunque muchos no lo crean, en el PSOE.

El PP es un partido que, desde mi punto de vista, es más de cuadros que de masas, y por tanto no posee tanta estabilidad interna como la que vivió el PSOE durante la época de Felipe González o como la que está viviendo ahora. El PP se parece, ante todo, a la Democracia Cristiana que gobernó Italia durante toda la Guerra Fría. Es decir, un partido de familias ricas, notables, influencias, patrones y, sobre todo, corrientes. O sea, que en el PP actual, o al menos desde su inicio como AP, posee dos líneas en perenne rivalidad y que se complementan entre ellas gracias a los cuadros que cada una posee, derivados, la mayoría de ellos, de posiciones altas dentro del Estado tanto en época dictatorial como democrática. La corriente defendida por Aznar es, sin duda, aquella de la derecha pura, en la que Fraga es un “mito” que jamás debe ser contestado públicamente y Aznar una especie de “gurú” que nunca ha de ser puesto en tela de juicio. Todos sabemos quién pertenece a esa corriente: Aguirre, Acebes, Zaplana, Cañete, Martínez Pujalte... y tantos otros, manteniéndose en el think-tank pepero de la FAES.

Luego hay la corriente centrista, con Rajoy a la cabeza, con Rato también, y los más jóvenes. Si muchos creen que Nuevas Generaciones está más ligada a la corriente de derecha pura, se equivocan: habiendo nacido en la España democrática y habiendo estudiado la firmeza del PSOE, entienden que si no están en el centro político –con cierto progresismo encubierto de tradiciones seculares– no podrán jamás acercarse a la clase media española, dada a progresismos extraños (según el CIS el 64% de la gente cree que está bien que los gais se casen y adopten; el 56% cree que el aborto no debe ser ilegal…) y tradiciones impertérritas (el 48% prefiere Estado aconfesional que laico, es decir se prefiere la Iglesia católica a todas las demás), y así alcanzar el Gobierno Central. Lo malo de todo este asunto es que la corriente de derecha pura es la que, desgraciadamente, monopoliza aún al PP: apoyándose en ciertos barones autonómicos de tendencias ultraderechistas (¡como hacía la DC!) creen que utilizando la estrategia de la crispación (algo copiado de la estrategia de la tensión de las democracias filoamericanas de la Guerra Fría, léase Kissinger) podrán alcanzar el Poder Ejecutivo del Estado. Se creen que así rasparán al PSOE, y sin embargo el partido socialista utiliza el arma pepera para desgastar a su oponente (¿os acordáis de ese lema “Si tu no vas ellos vuelven”?).

El PP debe reformarse de cabo a rabo. Es cierto que hay muchos votantes de esos dogmáticos que ven a España como a una sola gran nación indisoluble e invencible sin Europa que valga, de esos que, aunque estando en democracia –alma de la flexibilidad política dentro de un orden firme y estable de Cosas–, se aferran a unos códigos como “el honor y el respeto”, lo que lleva a su hermetismo peligroso y molesto para muchos. Ese tipo de votantes, presentes en todos los sistemas políticos democráticos, son, en España, los que aún consiguen posicionarse como monopolio de la política de centro-derecha, corrompiendo al PP. Rajoy pretende centralizar a su partido, pero si preguntamos a cualquiera, por ejemplo en Catalunya, si el PP es de centro-derecha, la respuesta es inequívocamente negativa. O se renuevan, o no pillan al Gobierno en décadas. Lo primero de todo es, muy a su pesar, quitarle protagonismo a Fraga y a Aznar, incluso a Rajoy, y hacer unas primarias como las que hizo el PSOE en 2000. Después, reunirse con otros partidos políticos para firmar una ley de Memoria Histórica, que debe ser absoluta y totalmente empírica, sin venganzas. Y, acto seguido, renegar de su pasado franquista, esto es, dictatorial y autoritario, no democrático, incluso fascista. Entendamos, ante todo, que el PSOE actual no es el mismo del de la II República; no es el mismo incluso del que existió durante el exilio. El PSOE actual es un catch-all party de masas y de tendencias centro-izquierdistas, formado gracias a una inmensa red de “familias políticas” –todas ellas basadas en las incontestables ideas socialistas clásicas, provenientes de Marx y Lenin, y renovadas por las socialdemocracias post Segunda Guerra Mundial además de cierto sicioliberalismo– que van alternándose en la cúpula depende de las coyunturas (la familia política felipista, más socialista clásica, aún existe, pero ha pasado en segundo plano a favor de la zapaterista, socialdemócrata). Su estabilidad es inexpugnable; tanto, que ni tránsfugas de tres al cuarto pueden con su organización. El PSOE solamente padece malestar cuando se equivoca seriamente (caso GAL, casos de corrupción, desgaste en el poder…) y entiende que para sobrevivir debe ir renovándose no solo en su interior sino también en su entorno (léase PRISA, sus múltiples think-tank…). El PP, en cambio, pretende ser un partido de masas además de un catch-all party bien estructurado, pero la rivalidad expuesta entre sus corrientes internas y su tozudez ademocrática (que no es lo mismo que antidemocrática) lo convierten en un partido sin estabilidad duradera. Si en el Congreso Socialista del 2011 Zapatero dice que no se presentará y pone a otra cabeza de partido para pillar al Gobierno Central –personalmente creo que pondrá a la Chacón o a una mujer–, entonces el PP de Rajoy se pasará otros cuatro años en la oposición. Si en cambio los peperos actuales tienen suerte y Zapatero se equivoca, podrán pillar el Gobierno sin ninguna duda. Quedaos con esta afirmación: el PP gana el Gobierno Central solo cuando el PSOE tiene problemas serios (Aznar en el ’96 y luego, sin resistencia fuerte visible, en el 2000). Renovarse o morir, ahí está el jarabe.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ei!

Gairebé res a opinar a excepció de que dubto que la Carmen Chacón sigui mai candidata socialitsta i encara menys presidenta espanyola. Tot i que sigui culturalment més espanyola que els Chanquete té la tara de naixement d'haver nascut a Catalunya, cosa que la inhabilita pel càrrec, i si no que li preguntin al Borrell.

Crec que encara que el PSOE la presentés, que no ho fará perquè no són rucs, perdria les eleccions pel simple fet de ser "catalana". Un salut