lunes, 24 de agosto de 2009

Sobre mi miedo

Le tengo miedo a la muerte. Este es mi miedo sacro: la muerte. No es pavor, ni terror, ni horror, sino más bien miedo en estado puro, en su esencia y abstracción.

El miedo es una especie de respeto implícito pero a la vez explícito: lo sientes desde que naces hasta que mueres, su fondo es siempre el mismo pero se manifiesta de formas diferentes, a veces exagerándose, otras intensificándose, otras escondiéndose. El miedo es algo más espeso, lúgubre y extraño que el terror o el pavor, simples sentimientos. El miedo es una eterna duda que yace en nuestra conciencia: una duda, una pregunta, una cuestión sin respuesta alguna que te hace reflexionar si hay algo más allá de esta vida –que en la cultura occidental posee extrema importancia–.

Pues eso, que a lo único que temo de verdad es a la muerte. Después de haberlo pensado hondamente y haber reflexionado semidesnudo, con solo unos gallumbos o bañador, y envuelto en un halo de humedad barcelonesa de mitades de Agosto tórrido, momentos en los que el cuerpo se para como por arte de los automatismos orgánicos que todos poseemos (órganos, músculos, venas y demás) y el alma se para a repasar recuerdos y a analizar pensamientos personales que ni siquiera pensaba que rondaban por los sesos, llegué a la conclusión lacónica y pusilánime que la muerte me hace sentir verdadero miedo. Todo lo que envuelve a la muerte (el cómo, el qué, el porqué, el cuándo y el dónde) me cotiza miedos de altas temperaturas, llegando a paralizarme en mis pensamientos feos, malos u oscuros, veces que no deseo pero que, ay, razono.