martes, 23 de diciembre de 2008

Radiografía del culé

Este es un post que ya escribí hace tiempo y que lo publicó un amigo para su blog, el cual ha sido abandonado hace ya bastante tiempo.
En la última Trobada de Penyes del FCBarcelona, el presidente Joan Laporta arengó a los representantes de las peñas barcelonistas exclamando, entre otras lindezas, las famosas frases ¡Al loro! y Patirem! Patirem i molt! Les alertaba de una enfermedad patológica muy presente en la genealogía blaugrana: el sufrimiento desmedido y la autocrítica exagerada.

El buen culé es leal y fiel a su Club, que no lo mismo que al Equipo. El culé no es un ser que busca felicidad, sino que invierte en ella. Prueba de ello es la típica estampa del soci con puro y gafas de pasta, pensativo y con ceño fruncido, que admira cuánto está gastando para su inversión; cuando un aficionado que está cercano a él grita, el soci lo acalla, nervioso, molesto. Aunque hay distintas formas de ser socio del Barça, el más común es el que acabamos de describir: aquél que se mira al espejo constantemente, buscando obsesivamente los puntos débiles que quizá sí (o tal vez no) posee; que necesita autoafirmar su compasión en sufrimientos innecesarios derivados de razonamientos poco dados a la lógica básica, más bien a cuánto se rasca el Club (qué es Més que eso) que a cuánta calidad tiene el mismo; porque el soci clàssic es aquél que vivió los años en que imperaba el famoso decretazo franquista no escrito del toda-para-el-Real-Madrid (¿leyenda urbana o realidad? Lo discutiremos en el futuro), algo que incordió a toda una generación de culés, los clásicos, que mantuvieron vivo el Club durante la Dictadura y que luego lo levantaron durante el Nuñismo (época que debe ser estudiada empíricamente por todos nosotros, culés y no culés); éstos son los asustadizos, los mayoritarios.

Sin embargo, hay que recalcar el hecho que una nueva marea de culés han enfangado la masa social del Barcelona. Las nuevas generaciones se han abierto camino, dibujando un nuevo estándar culé también dado al sufrimiento (sufrió, sufre y sufrirá), pero más guerrero, menos dado a los histerismos, a la pérdida de rumbos por travesías del desierto o a autodestrucciones idiotas. El culé del siglo XXI sufre y es autocrítico, pero menos que su padre o abuelo; es un poquitín más arrogante; está orgulloso de su Club, e incluso de su Equipo; no se entrega a la nostalgia de Wembley o Saint-Denis. Aunque, como su antecesor, el culé odia al Real Madrid; lo aborrece, desea que los blancos desaparezcan del mapa, pues les tiene una mezcla de envidia por sus triunfos “legales” y deportivos, además de típica rivalidad club-club. Si el merengue sabe que el FCBarcelona es su antítesis y que el Real no es lo mismo sin el Barça, el culé siempre verá al Real Madrid como a una bestia inconmensurable que debe ser abatida sin miramientos.



((Han leído ustedes una radiografía, quizá la primera, nunca se sabe si habrá más en el futuro, del aficionado.))

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