sábado, 27 de diciembre de 2008

¡El Corte Inglés les desea Feliz Navidad!


Mi amigo Lorenzo ha decidido abandonar la fe católica y abrazar el budismo, aunque no se parece en nada ni a Richard Gere ni a Lisa Simpson ni quiere ser uno de esos monjes del Garraf que hacen sonidos guturales parecidos a los salmos nuestros. Dice que prefiere ser budista porque, entre otras cosas, no se siente tan falso e hipócrita cuando vive las Navidades. Una tarde-noche me comentó que la Navidad era una escusa perfecta para mantener una tradición consumista e hipócrita para deleite de la sociedad capitalista. “¿De verdad piensas que todo lo relacionado a la Navidad es Niño Jesús, Portal de Belén y Reyes Magos?” Su pregunta retórica (este Lorenzo, Lollo para los amigos, es un tipo correcto de elegantes palabras italianas) me hizo rumiar sobre qué significan para mí estos días.

La verdad es que, para mí, esta época de Navidad posee tres calificativos: familia, Corte Inglés y tedio. Familia porque nunca como durante estas semanas veo a mis tías, tío, primas, primos, sobrinos… Durante el año los veo bastante, y les tengo un aprecio incalculable, pero jamás como en Navidad siento lo empalagosa que es la familia. Con razón se hizo budista, Lorenzo. La familia es necesaria, y como dijo Vito Corleone, un hombre no es un hombre de verdad (o una mujer no es una mujer de verdad) hasta que no tiene familia. La familia ayuda, mantiene, honora. Pero al mismo tiempo, como una paradoja irremediable, la familia aburre, cansa y atonta –porque uno no decide cómo es la propia familia, por lo menos el 60% de la misma. Y estas fechas tan señaladas son también sinónimo de Corte Inglés, que despliega su monumental y embelesador márquetin ya desde finales de Octubre: adorna las fachadas de sus edificios seudosoviéticos de plaza María Cristina y plaza Catalunya con renos, abetos y otras carambolas laponas. El Corte Inglés es el ejemplo más claro de cómo hemos corrompido a la Navidad: después de días y días y días y días consumiendo, alabando al capitalismo (el único sistema económico posible para el ser humano), aparecen ciertos días en que, por amor, felicidad y no-sé-qué-más, debemos gastar, gastar, gastar, gastar… y consumir porque hay crisis y porque la economía no funciona como antes y porque la familia –o lo amigos– requieren un símbolo de tu amor (símbolo hecho joya, colonia o juguete). Con razón se hizo budista, Lorenzo. Además, para Navidad tenemos el ejemplo soberano del no dar un palo al agua, el de la deslegitimación del mérito y el trabajo: el Gordo de la Lotería. Lo que más me gusta de estas fechas, hoy por hoy, es el teatro que montan los niños del cole San Ildefonso de Madrid, con sus cantinelas absurdas pero rebosantes de abstracción y profundidad filosófica. Ahora, en época Obama, hay niños negros, mulatos, morenos, amarillos, rosados y hasta verdes (los que padecen gastroenteritis crónica); cuando hace unos diez años solo había el ejemplo del niño castellano castizo, trigueño, un poco esbelto y con ojos pícaros. Los niños de San Ildefonso son un punto de modernidad en la tradición lenta y aburrida de la Navidad.
¡Boicoteemos el anuncio de la Lotería! ¡Sin calvo no hay Gordo!
Con razón se hizo budista, Lorenzo. Junto a Corte Inglés y familia, dos conexiones que se dan amor mutuo durante estos días, falta su guinda: el tedio. El tedio que envuelve estos días que todos conocen pero que todos esperan mas todos aborrecen. No me creo que haya gente que espere la Navidad. Bueno, si eres un niño rico mimado que jamás has visto la pobreza y te dan asco los pobres y vives envuelto de tonterías, entonces sí que te gusta la Navidad porque ella significa más regalos de los que normalmente recibes. Sin embargo, para el resto de los mortales, estas fechas significan tedio. No me refiero al aburrimiento común, sino a la sensación de que no puedes luchar contra algo que no tiene cuerpo, sino que es abstracto, espiritual… El tedio corroe como las termitas, pero, gracias al Dios que nació durante estos días, tiene fecha de caducidad. Después de las reuniones familiares, del gasto económico que suponen, del derroche de alegría sacada de la nada, de la borrachera de congas y bailecitos de Fin de Año, el tedio desaparece junto a estas fechas, volviendo los problemas de antes, la rutina, la vida dedicada a los estudios, el trabajo, la Liga, los amigos y (muchísimo menos que en Navidad) la familia.

Hans Christian Andersen supo ver la hipocresía de estos días y la supo imprimir en su cuento ultra-triste y desesperanzador La cerillera. Entonces, Andersen supo plasmar la hipocresía de una sociedad burguesa dedicada a su propia supervivencia, olvidando que existe gente más necesitada, como la pobre niña desgraciada que muere en medio de la nieve, alucinando con tres fósforos. Lo peor de todo es que hoy en día, en el siglo XXI, existen versiones contemporáneas de la cerillera. El 24 de diciembre tuve que ir de shopping con mi madre y mi hermana al Corte Inglés sin tener la más mínima gana, y vi que en la puerta del centro comercial había una gitana (o eso parecía) vestida de negro, rodeada de personas que entraban y salían del lugar, correteando con bolsas, compras y nervios, y la pordiosera con la cara repleta de arrugas parecidas al Gran Cañón del Colorado y un cartel con lo escrito: “Mañana es Navidad i no tengo nada que comer. Aiuda a mi familia i a mi, por favor.” Lo peor de todo es que lo primero que se me ocurrió fue que esa mendiga debía irse de allí, que ese no era su sitio y que debía aprender ortografía.

1 comentario:

Unknown dijo...

Real como la vida misma, es triste pero es así. Refleja el pensamiento de muchos, que somos arrastrados por la corriente de la mayoría.

Es como una gran escenario de cartón piedra, fantastico y reluciente en su fachada, que no hace más que esconder la realidad que hay en su interior, falsedad y miseria.