martes, 2 de febrero de 2010

Los Fumadores Fuman Afuera


Yo no soy fumador. Hacia los 14 años, si no recuerdo mal, caí en la categoría de fumadores que fuman para sentirse algo fumando; eran momentos de típica desorientación adolescente y yo más que un adolescente de 14 años parecía aún un niño de 10. El caso es que durante unas semanas me quise hacer el chulito fumando, tragando humo y probando, hasta que, tanto porque los compañeros de clase se reían de mí (“fumar no va contigo, no es propio de ti”, era su reflexión) como por el asco que me hacía fumar nicotina, alquitrán, tabaco y otras químicas, aparqué esa moda y decidí que de fumar, algunos porros, que eran muy, muy pocos. Fumaba alguno cada tantos meses, hasta que recalé en Ámsterdam a principios de 2007 con unos amigos que hice en Inglaterra y allí fumé mis últimos cigarrillos de cannabis sativa. No sé por qué será, pero al dejar Ámsterdam y volver primero a Cambridge y luego a mi ciudad natal, no he vuelto a probar el humo, al menos de forma activa, pero sí de forma pasiva. Ahora me confieso defensor de la Ley Antitabaco.

Hablar de esta ley no contempla solamente el hecho de promover una continuada publicidad para relacionar al fumador como mala persona, antagonista de la sociedad. El fumador, la persona que tiende a comprar una cajetilla de cigarrillos al día, a la semana, cada tanto tiempo, tiene todo el derecho individual de hacerlo legítimamente: si aquélla es su adicción, legal, debe ser respetada. El problema comienza cuando este derecho individual se convierte, por parte del principal actor, el fumador, en un deber egoísta: su derecho de fumar activamente socava el derecho de no querer fumar pasivamente, pero mientras el fumador tiene, o siente que tiene, derecho a fumar, el no fumador siente que se le priva su derecho a satisfacer su voluntad de no querer perjudicar su salud. No me pondré a hacer una lista de todos los problemas que conlleva el tabaco, sea el industrial (el fabricado y vendido por empresas tipo Camel, Malboro o Ducado) o el de confección personal (aquél que se basa en fabricarse los propios cigarrillos a base de papel de arroz, filtros y tabaco de liar); pero según los expertos, los médicos que estudian esta adicción, las dos formas de tabaco son perjudiciales y atentan contra la salud tanto del fumador activo como del pasivo. El mito urbano que los fumadores de tabaco de liar proclaman sobre que su bendito tabaco es más puro y por tanto más sano y limpio es, cuanto menos, falso. Es una mentira. El tabaco, de liar o no, tenga o no alquitrán, nicotina u orégano, proviene de la planta nicotiana tabacum, la nicotina, una sustancia natural adictiva, como la hoja de coca, la destilación de cereal o frutas, la marihuana o incluso la cafeína (de la que aparece el café). La hoja de coca, al masticarla, no te engancha a ella y después debes estar masticándola siempre, pero su mal uso, su transformación en polvos de cocaína, sí pasa a ser explícitamente nocivo; igual pasa con la nicotiana tabacum: la planta en sí, masticada, no da más de sí, pero su sustancia, la nicotina, el tabaco que todos conocemos, aumenta su potencial adictivo; también el mal uso de esta planta conlleva un mal uso de la salud.

La Ley Antitabaco establecida por el Gobierno Zapatero en 2005 es insuficiente, tal y como lo ha expresado la Unión Europea, que ha instado al mismo gobierno a revisar dicha ley y equipararla a las leyes antitabaco de toda la UE, la primera en desear tal regulación. La Ley Antitabaco española prevé, desde 2005, que todos los locales de restauración posean un espacio para fumadores y otro para no fumadores; obligó al mercado a acatar una regulación estatal del mismo mercado que les ha ido muy mal: las inversiones de condicionamiento de los locales han caído en saco roto porque en 2010 dicha Ley se ampliará y los fumadores deberán fumar siempre afuera. El humo desaparecería de los bares, los restaurantes, los ateneos. Digo desaparecería, así en condicional, porque la administración pública española es cuanto menos ineficiente e ineficaz, y si se llega a hacer tal Ley, su aplicación será incorrecta, otra vez, y caótica, como siempre. La actual Ley Antitabaco es una ley típicamente española, tanto para Catalunya, como para Andalucía o Galicia, o Euskadi o Madrid, o las Castillas o las islas: es una ley basada en la picaresca y la jeta: quien pueda (condicionar sus locales) bien, y quien no, también.

Ahora bien, la nueva Ley Antitabaco que se quiere adoptar de una vez por todas, por mucho consenso que busquen los dos grandes partidos estatales, será una imposición europea. Se quiera o no. Si se llega a hacer, antes de 2011 los bares, los restaurantes, los ateneos, los locales cerrados, todos ellos, ya no podrán acoger a fumadores, quienes se verán exiliados a la calle o en sus casas. El derecho individual del fumador activo que se pervierte en deber egoísta del fumador activo al fumador pasivo olvidará, por fin, y en su mayor parte, el hecho de pervertirse en deber egoísta para seguir siendo derecho individual: un fumador podrá seguir fumando, pero sin perjudicar la salud de los no fumadores, quienes deberán respetar al legítimo fumador activo allí donde éste pueda fumar. Esta Ley es necesaria y satisfactoria para quienes no fuman. Pero para los fumadores no lo es. Sin embargo, a las administraciones no les importa la opinión última de los fumadores, sino la opinión influenciable de las industrias que sobreviven gracias a los fumadores. Las tabaqueras, ahora más vigiladas y maniatadas, siguen siendo un grupo de presión loable, que ha sabido garantizar su supervivencia juntándose con los lobbies hotelero y restaurador. ¿Os imagináis un bar sin humo? Yo lo sueño. Pero una España, un edificio de barro al secar cuyos fundamentos son los millones y millones de bares, barecitos, baruchos y tabernas que la conforman, una España sin humo será una utopía, siempre. (Ya sé que es un dato estúpido, pero al menos ilustrativo: en la calle Aragón de Barcelona, desde Muntaner hasta Pau Claris, en ambas aceras se cuentas hasta cuarenta y dos bares).

Para terminar quisiera compartir los racionamientos ilógicos de algunos amigos fumadores cuando hablamos de la Ley Antitabaco: ¿y dónde iremos a fumar? ¿por qué se nos quita esta libertad? ¿por qué el Gobierno no puede regular cosas más importantes? Son preguntas que esclarecen la desorientación de muchos fumadores. Porque hay algunos que fuman porque así se lo pide el cuerpo; éstos, aunque parezca mentira, son menos de los que nos podemos imaginar, y los hospitales están llenos de ellos puesto que se declaran a sí mismos drogadictos. La otra categoría es aquella de los fumadores que lo son por valor social: fumar porque se lo pide más su consciencia que su fisiología (como les pasa a los anteriores), fumar porque se sienten más livianos, mejores tanto consigo mismos como con su entorno personal. Las escuelas, las universidades, las familias, las empresas, están repletas de este tipo de fumadores. Sobre todo las escuelas. Fumar por aburrimiento, por hacer algo, no son excusas: siempre queda el deporte, tanto mental como físico. Muchos fumadores por valor social lo son porque son simples vagos, que por mucho deporte que hagan, siempre terminan fumando porque necesitan asegurarse que siguen con ese vicio para seguir sintiéndose fumadores, y por tanto dentro de un cierto entorno específico y personal. Finalmente están los fumadores que lo son por divertimento, porque durante un momento alegre de su vida, un rato feliz en una reunión de amigos o contemplando un buen partido de fútbol en un estadio, o en una playa, fuman tabaco (sobre todo puros) o marihuana. Este es el tipo más educado y más saludable, si cabe, de los fumadores activos: preguntan si no molesta que fumen, y si se les contesta afirmativamente, no fuman; este es el tipo que más respeta. Para saber en qué categoría se encuentra un amigo fumador (si lo es por vicio más fisiológico que psíquico, si lo es por valor social –es decir, por vicio más mental que físico–, o si lo es a ratos contados y por tanto por divertimento) hay que fijarse en lo siguiente: si pregunta antes de fumar en un rondo de mayoría no fumadora, si fuma más de cuatro cigarrillos a la hora, si se jacta de que hace la actividad de fumar, y si tira las colillas al suelo o a la basura. Estos cuatro trucos son necesarios para conocer la intensidad del vicio al tabaco que puede tener un amigo; dependiendo de la intensidad de cada truco, sabremos cuán adicto está del tabaco.

1 comentario:

quiquepim dijo...

antes que la ley antitabaco, la ley anticoches

las mierdas que fumamos todos los días de los Cayenne, los Panditas, las motos como las mías, nadie dice nada. Y eso sí que es global. Porque no hay "afuera", sino que todo el aire está contaminado.

salud x 2!

(hoy vine en verdugo, pero bueno... qué se le va a hacer!)