sábado, 11 de julio de 2009

Mi Futbol Club Barcelona

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Jamás unos colores han sido tan potentes como los azulgrana durante la última temporada 2008-09. Yo nunca me había sentido tan orgulloso de ser culé. Y como muchos de ellos, yo también tengo mi propia idea sobre cómo debería rular este club deportivo tan grande e importante para Catalunya, España, Europa y el mundo del deporte en general. Tal vez este post sea pretencioso y algo impertinente, sin embargo me adjunto al derecho de Internet en el que cualquier ser humano puede expresar lo que le salga de los puñeteros cataplines en la red virtual. Ahí voy.

Ante todo el FCB debería concretarse de una forma más amplia, en el sentido deportivo. La Junta Directiva, encabezada por un presidente, debería mostrarse por encima de las secciones deportivas. Es decir, el presidente no sería el último responsable de atar fichajes de fútbol o baloncesto o balonmano; el presidente sería el encargado de velar que todas las secciones deportivas de atañen a los valores del club y a no querer exceder en la cuantía pecuniaria de fichajes. Pongamos un ejemplo: si llegado el verano el entrenador del primer equipo de fútbol decide comprar un jugador, el presidente debería solamente dedicarse a entablar diplomacia con el club vendedor para luego dejar las negociaciones al manager de fútbol. Cada sección debería contar con una cantera propia, tan estructurada como la que el fútbol del Barça posee. Se trataría de entregar al Barça una estabilidad en lo deportivo que fuese la herencia de la estabilidad en lo que respecta a la entidad.

Como todo el mundo culé sabe, el FCBarcelona se estructura de la siguiente manera: dentro de una larga marea de aficionados están los socios, quienes eligen en unas elecciones a un grupo de socios con aval económico importante para encabezar jerárquicamente al club. Está pensado como una democracia. Y los socios pueden pedir explicaciones a la Junta Directiva tanto de manera informal (a través de los mass-media culés) como de manera formal: organizando peñas y asociaciones de peñas además de hacer reuniones de socios compromisarios (los socios que más pagan) cada año, además de establecer reuniones periódicas de un senado barcelonista (los socios más antiguos aconsejan). En mi idea de club, la Junta se encargaría esencialmente de la estabilidad de la entidad, sabiendo cómo compaginar medios y fines y cómo utilizar ciertas maneras tan opacas como honestas –en el mundo de los deportes de élite, y sobre todo en el fútbol europeo, a veces cuánto más mafioso eres, mejor te saldrán las cosas; es triste, pero hasta que la FIFA y la UEFA no hagan algo al respecto, que es dudoso, las cosas serán tal y como he escrito–. Así, la Junta se mantendría al margen de toda decisión deportiva, estableciendo límites y valores en cada una de ellas, buscando siempre lo mejor de la entidad. El personaje del secretario técnico, o director deportivo, del área futbolística, desaparecería a favor del entrenador, quien debería ser un verdadero mánager a la inglesa, tipo Ferguson, Wenger o Benítez. Igualmente pasaría desde el básquet al jóquey. Guardiola, por ejemplo, debería mantener sus riendas en el primer equipo sin intromisiones de la Junta tanto en noviembre como en julio.

Si los primeros equipos serían “autónomos”, en los que sus responsables se reunirían con directivos cada semana, los equipos inferiores estarían más ligados a un área específica de crecimiento deportivo continuo, un área tan ligada a los primeros equipos como a la dirección específica de las canteras. Para ello, la ciudad deportiva debería ser un auténtico mundillo a parte en el que todos los deportes llevados a cabo por el FCB se vieran potenciados desde los 4-6 años hasta las edades profesionales. La Junta Directiva vigilaría en primera instancia a las canteras, puesto que vigilaría asimismo los fundamentos de los primeros equipos: las canteras mantendrían automáticamente los valores del barcelonismo (esfuerzo, ambición, estética deportiva…) además del compromiso con dichos valores (una manía culé desde tiempos inmemoriales), y los mejores de los mejores subirían a los primeros equipos cuando los managers lo dispusiesen. Las canteras en la Ciudad Deportiva Joan Gamper serían las mejores canteras dentro de una red de pequeñas canteras, los XICS, desperdigadas por el mundo tanto para ayudar a la ONU como para ayudar al Barça en sí mismo. Así, los valores del barcelonismo no solamente se conseguirían con victorias dentro de las canchas, sino ante todo fuera de ellas.

La Junta debería también saber cómo mantener al barcelonismo siempre unido. Éste es uno de los asuntos más peliagudos. Al culé de a pie no le gusta ver mensajes impertinentes y presidentes payasos ni maneras maleducadas ni pompas ni chulerías. El culé se caracteriza por ser un orgulloso de su club, por ser austero en todo, por amar la mayor estética posible en el juego y en las victorias (vencer convenciendo), por aborrecer la prepotencia y la arrogancia tanto de los culés como de los demás clubes deportivos, sean los que sean. Es una rara avis del fútbol español europeo. Ah, y tampoco gusta que un presidente o algún directivo se posicionen claramente a favor de una idea nacionalista, instalando el adjetivo “Lliure” después de gritar “Visca el Barça i Visca Catalunya!”. Este es un lema tradicional y magnético del barcelonismo que ensalza el honor de ser culé y recuerda dónde nació el FCB, en Catalunya. Pero no por ello el Barça debe estar encerrado en “este pequeño país dentro de otro país mayor”, como dijo una vez el presidente Núñez. Si un culé exclama “Visca el Barça, Visca Catalunya i Visca Espanya!” debería ser francamente protegido por la Junta Directiva que lo representa. El Barça debería desenlazarse de todo movimiento independentista, aunque jamás renegar de su origen catalán y catalanista. Se puede ser catalanista y amar a España. El barcelonismo, al fin y al cabo, puede ayudar a que Catalunya sea respetada fuera de sus fronteras tanto en España como en la UE o en los otros continentes. El FCB debe posicionarse como un instrumento polivalente y necesario para Catalunya y debe mantener lazos muy estrechos con los demás clubes deportivos de Catalunya: nunca imponiendo qué línea deportiva y “nacionalista” seguir, pero sí estableciendo un mutuo y férreo respeto.

Una vía para garantizar la estabilidad de la entidad sería organizar Asambleas de Socios Compromisarios cada seis meses, una en septiembre y otra en febrero, acompañadas por unas reuniones trimestrales de la Junta con el Senado Barcelonista y una reunión anual entre la Junta y la Asociación de Peñas (uno o dos representantes de cada peña barcelonista). La Junta Directiva, a sabiendas que muchísimos aficionados no pueden ser socios, debería crear un área directiva especial de quejas, una especie de “ventanilla burocrática” especializada en filtrar aquellas quejas más frecuentes de los no-socios. Estos mecanismos deberían garantizar que las grandes cantidades de adulaciones que recibe la Junta en tiempos de gloria, que pueden hacer de la Junta un grupúsculo de pijos estúpidos arrogantes, sean en todo momento bicho a evitar. Interesa en todo momento que la modestia y la humildad, de puertas afuera, sean el imperativo de la Junta y del club en general. Adicionalmente, el presidente en persona, o un vicepresidente, debería reunirse semanalmente con los directores de los principales diarios culés de España para esclarecerles toda cuestión que tuvieren, sobre asuntos de la entidad en general. Aunque en todo momento podría utilizarlos como propaganda, tal y como hacen otros clubes deportivos para apaciguar al socio y al no-socio. Cada trimestre, después de las reuniones con el Senado culé, el presidente debería hacer una rueda de prensa larga y tendida sobre asuntos del club (qué se hizo, se hace, se hará).

Los mandatos de una Junta Directiva no deberían ultrapasar los seis años por mandato a uno prorrogable, dejando a cada Junta 12 años de mandato. Durante las elecciones, todas las campañas deberían reunirse con los responsables de las secciones para conocer de primera mano qué se cuece en las secciones y garantizar, al final, que la nueva Junta no dañaría aquellos asuntos bien encaminados, sino que ofrecería soluciones en las cuestiones peliagudas. De todas formas, los responsables de las secciones no deberían obligar a votar ni pronunciarse sobre sus preferencias. La meta de todo el barcelonismo sería sencilla: el barcelonismo en sí mismo, siempre estable y ganador.

PS: he puesto el primer escudo del Barça, el de 1899, porque me parecía más original que poner el actual (más guapo, claro).

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