lunes, 2 de marzo de 2009

La sonrisa de aquel buen hombre

Este cuentecito fue publicado en la web de Azione Culturale, un mundo mágico de pensamientos abstractos y oníricos, construido por extraños y pensado para mentes muy, muy abiertas.

100_1141

La alegoría del ciudadano representado apareció en un despacho sordo y monótono, blanquecino y repleto de libros, forrado de saber, con una mesa repleta de papeles, cuadernos, libretas, librillos… y un buen hombre sentado tras ella, con cabello tan gris como el aire que asolaba aquella estancia, con ojos lupanares y calmados, oídos pequeños, bolsas bajo los óculos –y una sonrisa extraña en la comisura de los labios, unos labios que presentaban una elegante estirpe de dientes como perlas. Aquel buen hombre no sudaba, no jadeaba, no parecía ni respirar. Miraba con tranquila vehemencia el jadeo, el nerviosismo, la manía del representado, de su ciudadano, de ese personajillo que no podía entender cómo había llegado hasta ese lugar, cómo había captado el aura de aquel buen hombre vestido con americana beige, camisa gris y corbata caqui. No se le veían las piernas, y los brazos eran pálidos, y la mirada seguía fijando los ojos del individuo representado. El representante, el buen hombre, sonreía porque el ciudadano intuía la hipocresía sin legitimar que lo carcomía como medusas en su estómago, como bicharracos inmundos que le lamían los rincones más escondidos de su húmedo cuerpo.

Aquel buen hombre sonreía porque el representado intuía que aquel mismísimo buen hombre le decía sin palabras, solo sonriendo, le decía que él, el buen hombre, era más libre que él, más independiente y autónomo que el representado –que sudaba, que roncaba, que buscaba soluciones y respuestas y entendimientos y cuestiones. Aquel buen hombre le sonreía porque no era malo, porque se veía a sí mismo en la otra parte de la política, la del verdadero amo de la política, la parte del representado. El ciudadano que mantiene muy a su pesar a aquel buen hombre, el individuo jadeante que siente la hipocresía pero que no la puede entender, que no la intuye. Y grita: ¡quiero saber! Y la sonrisa de aquel buen hombre sigue allí, como un espejo imperecedero, un grupo de joyas cuadradas que le recuerdan a la alegoría del representado que aquel buen hombre es libre porque es legítimo y está legitimado por el representado, aunque este último afirme que no es así. La sonrisa de aquel buen hombre atormenta al representado porque le dice que el verdadero esclavo es el ciudadano, pues no entiende su hipocresía ni su falsedad –mientras que aquel buen hombre sí las comprende, y las utiliza para vivir sobreviviendo.

No hay comentarios: